Francisco Pi Y Margall. La Reacción y la Revolución (1854) Edición de La Revista Blanca (1926) Pdf



No son estas breves líneas ni un descubrimiento ni una crítica. Pero las creo precisas para indicar al lector la transcendencia de esta obra y recordarle, al mismo tiempo, la cifra de años transcurridos desde el día en que por primera vez fue impresa. Setenta y dos años cumplieron. Vivía España los momentos álgidos que precedieron a la revolución. Vivía toda Europa la fiebre revolucionaria, que, como lastre, dejó la enorme conmoción social francesa. Vivía el fervor y el heroísmo de los hombres que con sus figuras llenaron el siglo pasado, Los movimientos populares se multiplicaban y con ellos las reacciones, Tras el fracaso del 48 en Francia y en Alemania, venían el segundo Imperio y Bismarck. En Rusia nacía el nihilismo y en España vivíase la época de los pronunciamientos, preludio de la también fracasada revolución.


Los hombres asistieron, alborozados como niños, al nacimiento de la democracia, que abrió el camino al socialismo. Los temas se debatían, y Pi Y Margall recogió en su libro el problema del siglo convulsionado, la gestación trabajosa de las nuevas idealidades que habían de condensarse y formular la última consecuencia filosófico-social.


Por considerarla inútil y desplazada del libro, prescindimos de la introducción, que refleja el estado político de España en el año 1854. La lucha de los partidos y la acción política revolucionaria, que en Pi y Margall no pudo, sin embargo, malograr la obra del pensador, ocupa en esta introducción un espacio que juzgamos hoy innecesario, pero que, no obstante, revela las causas que concurrieron a la planeación del libro.


En estas breves líneas, indignamente colocadas frente a las páginas admirables que la mano del hombre ejemplar trazara, ha de verse también una a modo de introducción. Preciso nos será recordar, una vez más, los problemas del momento que movieron la voluntad recta y poderosa de Pi y Margall, y buscar, por entre el dédalo de ideas que los acontecimientos agolpaban en su pluma, la gran idea afirmativa y profética que dió un rasgo imborrable a toda la creación filosófica del gran federal.


En "La Reacción y la Revolución" se confunden el político y el pensador. El primero, sujeto a los intereses y luchas del presente; el segundo, abarcando con mirada inmensa al porvenir. A nuestra discreción y espíritu crítico, a nuestro discernimiento, queda la misión de separar el grano de la paja, de ver sólo al Pi y Margall, grande y eterno, gloria del género humano, hombre-humanidad que supo aunar, con su inteligencia poderosa, la historia del pasado -lección del presente- y la acción militante en pro del porvenir.


A medida que penetramos en el libro, que el político es absorbido y dominado por el filósofo, que los problemas transitorios de la nación se esfuman ante el magno y eterno problema de la Humanidad, la inteligencia de Pi y Margall se desborda y nos sobrecoge. Sentimos ante el la inmensidad del genio, el poder inconmensurable,  del talento humano, culminando en un ser cuyos ojos proféticos saltan del hoy al ayer, para mostrarnos las lecciones de la historia, del pasado al porvenir, para enlazar sobre el presente el curso inevitable de la evolución. Todas las conquistas de la filosofía, de Spinoza a Vico, de Vico a Kant, de Kant a Herder, de Herder a Hegel, de Hegel a Proudhon; todo el proceso trabajoso de las ideas humanistas y del nuevo concepto universalista inaugurado por Vico con su filosofía de la historia y que ha encontrado en Reclús su historiador y su poeta y en Wells su novelista y su divulgador, se condensan y se reflejan en esta obra; encuentran en Pi y Margall el espíritu y la voz.


Y la audacia de toda juventud, la generosa irreflexibilidad de toda primavera humana, pone en esta obra intrepideces y gallardías de concepto, ímpetu y grandeza de expresión. Por eso "La Reacción y la Revolución», escrita en una época en que sobre Pi y Margall no pesaban coacciones ni responsabilidades de partido, en que su vigor moral se hallaba en completa plenitud y en absoluta libertad, es la obra más radical, más inquieta la más sincera que la pluma del hombre insigne ha producido. Por eso también, quizá, ninguno de sus correligionarios se ha cuidado de reeditarla, viendo en ella más transcendencia filosófica que utilidad política.


Pero en Pi y Margall no hemos de ver al hombre de este o estotro partido, de esta o estotra nación, de esta o estotra época. Como Cervantes, como Goethe, Pi y Margall pertenece a la humanidad. No tiene raza, partido, ayer, hoy ni mañana. Su genio es de todas las épocas; su obra general se eterniza en el tiempo por recoger el proceso y la aspiración perenne y universal. Su mismo panteísmo, que pone en sus escritos, el nombre de Dios, es un panteísmo filosófico y naturalista, más ligero y aun más sereno que el que inauguró Spinoza. Es un panteísmo sano, de amor a la vida, que se sintetiza en un nombre como podía sintetizarse en otro: Dios o Naturaleza llama indistintamente Pi y Margall a la armonía universal, al gran Todo que nos mueve y arrastra hacia una meta sin fin.


Cien años después de nacer Kant nació Pi y Margall. ¡Raro capricho de la casualidad, unir en una fecha común el nacimiento de ambos grandes hombres!


Si quisiera empequeñecer la figura de Pi y Margall encerrándolo dentro de unas fronteras, lo llamaría el hombre de España de la época contemporánea, como Kant lo fue de Alemania. Cada nación produce un hombre o muchos hombres. Este o estos hombres, si son hombres-humanidades, pierden su nacionalidad para reintegrarse a la humanidad: Así Dante y Leonardo de Vinci ; así Shakespeare y Milton ; así Kant y Goethe; así Rabelais y Víctor Hugo ; así Cervantes y Pi y Margall.


Dos hombres ha producido España. El uno, lejano en el tiempo, encontró el premio póstumo que su obra merecía. El otro, demasiado cercano, encuentra aún odios  y prejuicios alrededor de su tumba. El uno fue Cervantes; el otro Pi y Margall. Sólo la fuerza de los intereses creados, sólo las miserables condiciones en que se desenvuelven los hombres, pudo rodear de silencio inmediato el nombre y la obra del gran soñador que legó al mundo un símbolo humano; puede rodear de silencio oficial el nombre y la obra del gran filósofo que ha legado al mundo el fruto magnífico de su pensamiento.


Cien años que estaba muerto Cervantes, cuando fue reconocida, primero, su gloria nacional, universal después. Lo mismo ocurrirá con la de Pi. Alrededor de todo rebelde, de toda obra y de toda vida creadora, de toda frente iluminada por la luz del genio, acechan la mediocridad y el fanatismo, las preocupaciones y los bastardos intereses creados de la sociedad de cada época. Así se explican las glorias póstumas, el sacrificio de grandes hombres, las injusticias que, tarde ya, la historia repara. 

Sócrates bebiendo la cicuta; Giordano Bruno y Servet en la hoguera; Colón y Quevedo encarcelados; Galileo en el tormento: he aquí las víctimas glorificando las épocas victimarias, las sociedades crueles o indiferentes, fanáticas o ciegas, que las sacrificaron sin que protesta alguna se elevara, sin que justicia alguna sobre los asesinos fuese hecha. Sólo la justicia de la historia, tardía, pero inexorable, les aguardaba.


Mas contentémonos con esta justicia, que, aunque póstuma, tiene poderes y razones soberanas. Pensemos en lo que dice la historia de los que mataron a Sócrates, a Bruno y Servet, y cargaron de cadenas a Colón y Quevedo, y martirizaron a Galileo, y dejaron morir triste y aislado a Cervantes, de hambre y frío a Camoëns. Pensemos en lo que dirá mañana la historia de los fariseos que levantan estatuas a mercaderes de carne humana y niegan el homenaje público a ese hombre glorioso que se llamó Pi y Margall.


Sin embargo, justo es decir, y no quiero terminar este prólogo sin expresarlo, que poco hemos cuidado cuantos reconocemos en Pi y Margall, en su obra múltiple y en el radicalismo de sus concepciones, una influencia y acción ideal sobre nosotros; poco hemos cuidado, repito, el nombre y la memoria del gran Pi, del hombre ejemplar, del luchador digno, del político que honró con su honradez la política y del pensador que abrió nuevos horizontes al pensamiento humano.


Bakunin, cuya vida fué más triste, más dolorosa y agitada que la de Pi, ha tenido, después de muerto, una suerte que no tiene Pi y Margall. Bakunin ha encontrado en Max Nettlau el desenterrador y el reverdecedor de su recuerdo. Cada día la paciencia, la erudición, el idealismo y el cariño del buen sabio, descubren nuevas chispas del talento, nuevas epopeyas de lucha y sacrificio, nuevos episodios de la vida múltiple del león ruso.


Pi y Margall necesitaría un Max Nettlau, un hombre que descubriera, con respeto y filial cariño, su vida íntima, su esfuerzo desconocido, las páginas inéditas de la existencia de todo gran hombre, que son muchas veces las más interesantes y las que más consolidan una personalidad. Cartas, diarios íntimos, amistades. trabajos póstumos o juveniles: he aquí el privado de todo hombre universal que puede y debe hacerse público.


En España se ha tenido siempre un extraño pudor, o una más extraña reserva a este respecto. En Francia, por el contrario, se comprende mejor esta lógica consecuencia de toda universalidad. Y aunque el negocio y la curiosidad morbosa muchas veces desvirtúan y profanan lo que hay de sagrado en estas desnudeces morales de los grandes hombres muertos, no por esto pierde razón de ser esta entrega absoluta de sí mismos a la humanidad de los hombres que la representan en la historia.

¿ Qué se han hecho de los documentos íntimos de Pi y Margall? El ilustre federal dejó hijos; hijos que quizá, los conservan, y que podrían tejer con ellos la corona de flores depositada ante la posteridad sobre la tumba del hombre glorioso. Y tampoco ha habido en España un hombre que, como Nettlau hace con Bakunin, mostrara a las generaciones que vienen y vendrán, el ejemplo del hombre-humanidad desaparecido, y la obra dejada, inmortalizando su recuerdo, al desaparecer.


No terminaré este prólogo sin dedicar un recuerdo a Anselmo Lorenzo, en cuya biblioteca encontramos el ejemplar de "La Reacción y la Revolución» que nos ha servido para reeditarla. El libro, plagado de notas escritas de puño y letra del llorado Lorenzo, asocia, en mi mente, la memoria de ambos hombres: Los dos íntegros, serenos, desinteresados; encarnación de unas generaciones que supieron representar al gran género humano en la más noble de las aposturas; que supieron legar al mañana, cada uno desde sus respectivas obras y actuaciones, la pura y generosa herencia de su pensamiento y de su ejemplo.

FEDERICA MONTSENY




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